Suelo tener temporadas sin leer aunque nunca tengo temporadas sin libros. Edito libros. Corrijo libros. Acomodo libros. Miro libros. Todo el tiempo están conmigo. En mi camioneta llevo algunos y suelo bajar con ellos a la hora de comer en los restaurantes para leer algo, pero apenas me siento y tomo la carta me pongo a hacer otras cosas que suelen ser hacer los comensales: mirar y esperar. Observo el trajín de los meseros, su habilidad con las charolas, cómo evaden las mesas y sillas. Observo a las otras personas que comen o esperan sus platillos. Es fácil distinguir entre quienes tienen una cita de negocios, a aquellos que, como yo, van con prisa para volver al trabajo, a las personas que se reúnen para platicar, a quienes tienen el tiempo muerto el resto de la tarde y en grupos de dos o cuatro personas charlas animadamente.
También he ido al cine con un libro bajo el brazo que suele descansar en la charola de las palomitas y que se ensucia cuando alguna se me cae. Cuando salgo de viaje siempre llevo mis libros en la mochila y hasta suelo merodear en las librerías de aeropuerto para ver si encuentro algo que me distraiga. Pero en cuanto tomo mi asiento y espero que salga el avión o el autobús no necesariamente saco el libro de la mochila. Me hundo en el sillóncito lo más que él lo permite y observo a la gente que abajo hace maniobras con las maletas de otros aviones, al que da indicaciones al chofer del remolcador, a la gente que entre al avión con cara de interrogación porque quiera saber si aún hay espacio para su maleta, a las chicas que solo quieren esconderse en su asiento, a los hombres de negocios que hablan por celular mientras avanzan con el pasillo.
Y así voy postergando la lectura lo más que puedo, siempre le busco pretextos para no leer, O una serie. O ir de compras. O arreglar algo en casa. O limpiar. O lo que sea. El chiste es no leer, no leer siempre, no leer por decreto, no leer por obligación ni moda. No leer por snobismo. No leer por voyeurismo. No contar cuántos libros leo al año. No escribir reseñas de todo lo que leo. No aparentar ser lector de grandes libros. No tener la mejor recomendación del autor extraño. No leo y punto.
Pero mi estrategia es mucho más evidente: leer solo cuando la ansiedad lo requiere, cuando el alma lo necesita, cuando requiero nuevas perspectivas, cuando intento saber quién soy, cuando voy a donde no sé y cierto libro podría darme la respuesta. Cuando todos los No leer que he ido acumulando por meses me recuerdan que estoy perdiendo el tiempo y que he sido un testarudo.
Solo entonces, cuando mi yo más urgente lo requiere es que tomo un libro y lo termino y sigo con otro y también lo termino. Y suelo tener gozo. Es cierto. Porque entonces he recordado quien soy, a qué me dedico, en qué llevo mis tiempos. No me interesa tener todas las recomendaciones del año ni aparentar demasiadas lecturas sin andar por la vida dándomelas de lector. Me queda claro que en los libros, todos jugamos en números rojos. Pero sí me queda claro también, una cosa: leer por obligación no es mi camino. Prefiero no leer. Esas lecturas de producción lectora capitalista no me interesan.
Para mi también es parte de mi vida el NO LEER , se vale. Pero de q son parte de nuestras vidas estos objetos “animados” lo son !!! Recuerdo una época de la infancia de mis hijos en la cual deberíamos cambiarnos de casa y ciudad, por allá del 2014. Lo único que ellos empacaron fueron sus libros…
Lo demás no importó !
A mi me pasa algo extraño, después de terminar alguna novela, decido no leer por unos días, saboreo los recuerdos de la trama, repaso en mi mente los detalles del final, necesito cerrar el ciclo, desprenderme de la historia, otorgarle un significado y decir adiós a los personajes. Dejo que algunas reseñas me coqueteen, curioseó aquí y allá, hasta que una nueva historia me vuelva a atrapar.