Me preguntan cómo es que seleccionamos los libros para la editorial universitaria y preciso, selecciono. Y lo digo en singular aunque claro, al final de la toma de decisión esta decisión no solo es subjetiva, sino también objetiva y, en la mayor medida, institucional. Subjetiva porque todo editor busca generar conversaciones o acentuar cierto tipo de escrituras que, asumimos, merecen una oportunidad en el concierto de voces de la literatura local o nacional de donde son tomadas. Objetiva, porque esa subjetividad está conformada por parámetros. No es solo: me gusta, sino a una educación intelectual de los libros que, asumimos, valen la pena. Y finalmente, aunque en realidad no hay un grado de separación entre los tres término, subjetivo-objetivo-institucional, porque estos libros deben sumar al valor del catálogo de la editorial universitaria o de cualquier catálogo editorial ya sea público o privado.
Y, en mi caso, lo subjetivo parte de muchas premisas: de un tipo de lecturas y de conceptos de lo que es la literatura; la, pongámoslo entre comillas: “buena literatura”. Para mí tiene que ver con una voz que escriba el mundo de distinta manera y al mismo tiempo, que ese mundo sea atractivo por sus particularidades. Me gusta pensar que seleccionamos los libros no por el gran proyecto, sino por que sus menudencias, por los detalles, por sus particularidades: ciertas maneras de enunciar las cosas, cierta forma de construir las imágenes, cierta cadencia de lectura.
Lo objetivo, entonces, en mi caso, tiene que ver con la forma, sí, pero también con un análisis rápido de lo que el libro le puede ofrecer a la editorial o bien, al catálogo. Creo que un buen catálogo contiene ríos que lo cruzan, surcos, temas que se acompañan, pero que en general, dan una panorámica de algo: de una generación de escritores, de una forma de mirar la poesía, de cierta actitud crítica ante el mundo. Van en paquete y construyen la idea: ciertas tendencias, cierta apuesta.
Lo institucional, entonces, tiene qué ver con qué tan lejos esos libros pueden llevar el nombre de la editorial, como editorial universitaria. Qué dice que es la Universidad o la editorial que publica el libro. Si es un autor joven, que se apoya a los jóvenes, si es un autor de la región, que busca consolidar una presencia regional, si es un autor nacional, qué tipo de escritor y de obra se selecciona. Yo no quisiera publicar a grandes autores con mucho sello, no es esa nuestra función, pero tal vez de esos autores, sí, una rareza, un libro que no encuentra mercado, un libro donde el autor o autora está puesto desde otra perspectiva de su obra.
Y así, pienso, vamos construyendo un catálogo emocional de los libros. Así como un lector que acomoda en los estantes de su biblioteca los libros por temas, emociones, colores, tamaños o sellos, los editores también los enlazamos entre sí, los libros van en parejas, en triadas, o, incluso, unitarios, representan algo de lo que el editor o la universidad quieren compartir. Hace tiempo un crítico me comentó que cierta cosa en la editorial funcionaba mal. Escuché con atención, pero al final me di cuenta que no era que algo funcionara mal, era que él tenía otro catálogo emocional. Para él, la literatura era otra cosa, era otros envites, otra formación. No estaba mal lo que me señalaba, sólo que no era algo malo en sí, sólo diferente. Al final cada editor tiene su catálogo. Y con él se juega su futuro. ¿Cuáles son las coordenadas desde donde se construye? De forma íntima y a veces poco compartible, se construye.